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Puede que sea preciso dejar constancia de la empatía que siempre he sentido por quienes viven en la piel del delincuente (y no sólo por ser abogada penalista y penitenciarista) por el origen social que achaco a todo crimen, pero ello no obsta para caer en la cuenta de que, a día de hoy buena parte de las estructuras que visita una persona antes de que contra ella recaiga una sentencia condenatoria estarían a la altura de muchos de los films de Hollywood.
Hablo de los calabozos soterrados, de las dependencias sin ventanas, de la sensación de traspasar a una nueva, incómoda y hostil dimensión cuando se accede a los espacios de custodia policial/judicial.
¿QUÉ LE APORTARÁ A LA JUSTICIA QUE LOS DETENIDOS NO PUEDAN VER LA LUZ DEL SOL?.
Todos hemos estudiado a Beccaria en algún momento de la carrera; hemos oído hablar una y otra vez de la humanización del sistema, del sentido de las penas, de la dignidad inherente a la persona; en fin, de todas esas cosas en las que ya no sé si creo.
¿Qué sentido tiene hacerlo si el propio procedimiento penal se vale de espacios que vacían de contenido las premisas de humanización? ¿Se vulneraría la ley de procedimiento si las declaraciones se tomaran en salas con ventanas? ¿Es preciso que toda custodia se realice bajo tierra?
A mi entender, un eventual riesgo de fuga no justifica per se muchos de los escenarios que en la actualidad dan cabida al proceso penal, pues los medios con que se cuenta son más que suficientes para garantizar la permanencia de la persona en las debidas dependencias sin que sea necesario añadir tensiones y sufrimientos evitables y prescindibles.
Si hay quien considera que la custodia y vigilancia ininterrumpidas por parte de la Policía Nacional pueda no ser suficiente a los efectos de mantener bajo control a los detenidos, entonces debemos valorar que el problema pueda no ser tanto de éstos como de la propia formación o preparación de aquéllos. Si un cuerpo constantemente armado no es capaz de custodiar y velar por la seguridad de los detenidos sin que éstos deban de verse privados de la luz del día, me bajo del Estado social, democrático y de Derecho. Dimito como ciudadana; me destierro; me declaro apátrida. En general, la experiencia en los calabozos me ha producido un continuo escalofrío, más aún después de comprobar que los mismos no suelen contar con videocámaras de seguridad que, en un momento dado, pudieran ser un aliciente para el trato digno de las personas o, al menos, para evitar que se produjeran las situaciones innecesarias y evitables que se han denunciado en innumerables ocasiones. Es como si a veces se nos olvidara que el trato digno, la igualdad y la humanidad están y deben estar por encima de muchas otras premisas.
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DIARIO DE NAVARRA
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